Los días como este le gustaba salir a la calle con una vieja caja de cartón, subirse a ella en la esquina del parque y empezar a hablar. Este acto, en apariencia sencillo, le llevaba toda clase de preparaciones; nada más levantarse ponía la música a todo volumen y vaciaba el armario. De entre su ropa solía escoger unos pantalones cortos o una falda y una camiseta de encaje, no importaba el frío que hiciera en la calle, le gustaba ir arreglada a su esquina.
Una vez en el parque simplemente tenía que empezar a hablar. Este era el paso que siempre le costaba más, a su mente asaltaban dudas sobre si lo que iba a decir tenía sentido, ¿no estaría acaso atentando contra todo uso de razón? Otras veces la duda era aún peor, ¿de verdad tenía algo que decir?, ¿merecía su discurso la ocupación de ese espacio? Infinidad de veces estas dudas habían sido más fuertes que ella y tan pronto como subía a la caja, volvía a bajar y retomaba su rutina con una sensación de vacío en su interior.
Hoy era otro día de esos, se encontró subida en su caja, en medio del parque. Un par de viandantes la miraron al pasear con sus perros, pero nadie se quedó a mirar qué iba a hacer. No tenía público, sus palabras no iban a ser escuchadas. Tal vez fuera mejor así. Respiró hondo y trató de no pensar en lo ridículo de la situación. Recordó una frase singing hallelujah with the fear in your heart. Abrió los ojos y gritó la frase al parque. No había nadie para escucharla, pero ya no hacía falta. Empezar con una simple frase había sido suficiente, comenzó a hablar y los pensamientos fluyeron entre sus labios como si estuvieran destinados a ser pronunciados en voz alta.
Durante hora y media recitó el poema de su vida, mezclando sus vivencias con sus sueños, sus miedos y sus alegrías en una larga alegoría filosófica sobre el significado de la vida para una joven, el significado de su vida. Hora y media después se bajaba de la caja con lágrimas en los ojos. Nadie la había escuchado, pero ya no hacía falta, había perdido el miedo.