viernes, 25 de febrero de 2011

Tenía como hábito contarle cada tarde historias de amor y pasión, descripciones de dos cuerpos luchando por unirse en uno solo. Se las narraba porque sabía que nunca había vivido nada parecido y sospechaba que nunca fuera a sucederle. Las primeras veces fueron por empatía, le divertía ver su rubor cada vez que su historia empezaba a crear imágenes en su mente; ahora, pasa las mañanas inventando nuevas historias que contarle, nuevas andanzas de unos cuerpos anónimos que cada vez se parecían más a los suyos.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Se apresuró a recoger sus cosas cuando la voz mecanizada anunció su estación. Subió las escaleras perdida en sus pensamientos hasta que la luz del sol la devolvió a la realidad.
Observó a Miguel cuando llegó a su casa, a pesar de que hacía años que no lo veía, seguía teniendo el mismo aspecto de siempre. El pelo rojo y desordenado le caía hacia la cara dándole un aspecto juvenil y despreocupado, la barba de varios días y la ropa ancha reforzaban la impresión de que hubiera recorrido el mundo con la única compañía de una mochila; pero en lo que más se fijó Paula era en su sonrisa, la misma sonrisa abierta y sincera de cuando se conocieron años atrás, la misma sonrisa de cuando eran unos jóvenes idealistas decididos a salvar el mundo.

domingo, 20 de febrero de 2011

Que sea agradable, sencilla, sin pretensiones, que me haga volar y me transporte más allá de fronteras imaginables. Que haga que la luz del sol brille con más fuerza y que las gotas de lluvia mojen hasta el alma, que te haga creer que los sueños existen y que eres capaz de alcanzarlos.

Que tenga la capacidad de convertir las horas en minutos y los minutos en segundos, que el viaje más tedioso se vuelva un sencillo paseo en su compañía, que el trance más duro se haga llevadero a su lado; que te haga perder la concentración, la percepción del mundo alrededor, el sentido.

Sobre todo, que entre sonido y silencio, entre todo y nada, esté al alcance de los dedos.

domingo, 13 de febrero de 2011

Echó un último vistazo a lo que había sido su hogar durante el último año. Una pila de cajas y bolsas en el pasillo y la ropa a medio colocar de los armarios dejaba constancia de que ella sobraba; cogió su pequeña maleta y salió a las cálidas calles de Madrid en el mes de mayo.
Cogió el metro casi por inercia, ya que no tenía un lugar concreto al que dirigirse. Se recostó en el asiento sopesando sus posibilidades, podría volver a casa de sus padres, pero esa idea no la atraía, sentía que la vida de aquel pequeño pueblo agrícola ya no le pertenecía; pensó también en llamar a su hermano pero tenía demasiado por lo que disculparse con él y no creyó justo pedirle su hospitalidad después de tanto tiempo.
Miró el pequeño búho tatuado en su tobillo y suspiró, llamaría a Miguel, pasaría un par de noches en su casa y después decidiría hacia donde dirigirse. Cogió su móvil y marcó el número.
-¿Sí?
-Hola Miguel, ¿cómo va?
-Anda Paula, ¡cuanto tiempo!
-Sí, casi un año...oye, quería preguntarte...¿puedo quedarme en tu casa un par de días?
-¿Problemas con el alquiler, otra vez?
-No, es solo que me he cansado, no importa, ¿tienes sitio?
-Sí, claro, cuando quieras.
-Bien, te veo en media hora.
Sacó del bolso un pequeño diario mientras el metro la llevaba en su veloz traqueteo hacia Miguel, pasó las páginas y ojeó los dibujos y las notas tomadas con una letra que no era la suya, hasta que se detuvo en una hoja con el único dibujo de un búho, el mismo que adornaba su piel. Guardó la libreta y cerró los ojos, dejando que los recuerdos inundaran su mente hasta que el tren llegó a su estación.