domingo, 13 de febrero de 2011

Echó un último vistazo a lo que había sido su hogar durante el último año. Una pila de cajas y bolsas en el pasillo y la ropa a medio colocar de los armarios dejaba constancia de que ella sobraba; cogió su pequeña maleta y salió a las cálidas calles de Madrid en el mes de mayo.
Cogió el metro casi por inercia, ya que no tenía un lugar concreto al que dirigirse. Se recostó en el asiento sopesando sus posibilidades, podría volver a casa de sus padres, pero esa idea no la atraía, sentía que la vida de aquel pequeño pueblo agrícola ya no le pertenecía; pensó también en llamar a su hermano pero tenía demasiado por lo que disculparse con él y no creyó justo pedirle su hospitalidad después de tanto tiempo.
Miró el pequeño búho tatuado en su tobillo y suspiró, llamaría a Miguel, pasaría un par de noches en su casa y después decidiría hacia donde dirigirse. Cogió su móvil y marcó el número.
-¿Sí?
-Hola Miguel, ¿cómo va?
-Anda Paula, ¡cuanto tiempo!
-Sí, casi un año...oye, quería preguntarte...¿puedo quedarme en tu casa un par de días?
-¿Problemas con el alquiler, otra vez?
-No, es solo que me he cansado, no importa, ¿tienes sitio?
-Sí, claro, cuando quieras.
-Bien, te veo en media hora.
Sacó del bolso un pequeño diario mientras el metro la llevaba en su veloz traqueteo hacia Miguel, pasó las páginas y ojeó los dibujos y las notas tomadas con una letra que no era la suya, hasta que se detuvo en una hoja con el único dibujo de un búho, el mismo que adornaba su piel. Guardó la libreta y cerró los ojos, dejando que los recuerdos inundaran su mente hasta que el tren llegó a su estación.

2 comentarios:

  1. Siempre hay una persona a la que recurrir cuando parece que no tenemos a nadie.
    Gran historia, y bonito blog :) te sigo
    saludos!

    ResponderEliminar